divendres, 5 d’octubre del 2012

La realidad.


Me sumergí en las profundidades del sueño. Solo quería recuperar parte de mi anterior vida. Allí, era feliz, nadie se burlaba de mí, nadie se metía conmigo por tener gustos diferentes a los míos. En cambio, aquí, lo único que deseo, es que se acabe el día para irme a casa y pasarme las noches llorando.

Lo sé, soy una cobarde, pero esa es la única manera que tengo yo de enfrentarme al mundo, hundiéndome en la miseria. Y debo decir, que el dolor de los cortes de mis brazos son menos dolorosos que el dolor de mi alma.

Pero la cosa se complica cuando llego a casa. Eso es mi pequeño infierno personal. Cuando son tus padres, tu propia familia la que te trata como extraña, la que todos los días te recuerda que eres una persona inútil, todo cambia.

Hice todo el esfuerzo por pasar de ellos, pero fue un intento en vano. Una persona acaba creyéndose lo inútil que es, cuando siempre se lo repiten. Y yo, no era la excepción.

Aquel día, no tenía qué ser diferente. 





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