Me sumergí en las profundidades
del sueño. Solo quería recuperar parte de mi anterior vida. Allí, era feliz, nadie
se burlaba de mí, nadie se metía conmigo por tener gustos diferentes a los míos.
En cambio, aquí, lo único que deseo, es que se acabe el día para irme a casa y pasarme
las noches llorando.
Lo sé, soy una cobarde, pero
esa es la única manera que tengo yo de enfrentarme al mundo, hundiéndome en la miseria.
Y debo decir, que el dolor de los cortes de mis brazos son menos dolorosos que el
dolor de mi alma.
Pero la cosa se complica cuando
llego a casa. Eso es mi pequeño infierno personal. Cuando son tus padres, tu propia
familia la que te trata como extraña, la que todos los días te recuerda que eres
una persona inútil, todo cambia.
Hice todo el esfuerzo por
pasar de ellos, pero fue un intento en vano. Una persona acaba creyéndose lo inútil
que es, cuando siempre se lo repiten. Y yo, no era la excepción.
Aquel día, no tenía qué ser diferente.